Cuando curar era delito. Un caso de brujería en el siglo XVII

Pedro Vicente Sosa

“Con poco temor de Dios, haciendo uso de mala conciencia y de gran maldad…”, eran las palabras que iniciaban un largo expediente por hechicería o brujería contra cualquier persona que hubiera tenido tratos con el demonio o con yerbas en la América española. Brujería o curanderismo planteaban una misma realidad demoníaca para los inquisidores, quienes reprimieron en el esclavo Graciano García sus conocimientos de yerbatero y práctico, sometiéndolo a juicio, desarraigo y castigo brutal

Los españoles trajeron consigo todos sus modelos culturales, e hicieron prevalecer sobre las gentes de las tierras conquistadas el modelo religioso del catolicismo. Era necesario imponerse para dominar, y la mejor manera fue la de ganar almas para el credo cristiano. Como es de suponer, el arquetipo de la bruja también fue transportado al Nuevo Mundo, pero nunca se encontró en América –lo que era de esperarse, dadas las particularidades culturales indígenas y africanas–, una bruja con características idénticas a las que se persiguieron en Europa

La brujería amenaza el orden social al utilizar poderes ocultos que escapan del control de las instituciones. Por ello, en distintas épocas, ha sido perseguida. Algunos gestos, palabras pronunciadas en cierto tono y efectos de miradas maliciosas podían convertir a una persona en sospechosa de herejía y, por tanto, en objeto de persecución y pesquisa por parte del Santo Oficio. Johann Heinrich Füssli. Las tres brujas, 1783.

con la guía del Malleus maleficarum (Martillo de las brujas), escrito por los inquisidores dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger.

Nuestro mundo colonial abarcaba una amplia gama de situaciones misteriosas, inexplicables y terribles, que permanentemente atormentaban a los conquistadores españoles; la mezcla racial de blancos, indios y negros no auguraba una sana vida espiritual bajo el catolicismo pretendidamente dominante. La Iglesia católica, que acompañaba a la Corona en su empresa conquistadora y colonizadora, y que no dejó de sentir el peligro de brujos, hechiceros y yerbateros, ofreció “siniestras soluciones” a los problemas cotidianos de los habitantes, dejando de lado las enseñanzas y prevenciones de los curas en su papel de pastores.

Santo remedio: el Santo Oficio

Un tema tan delicado no podía dejar de ser atendido por la clerecía colonial, que acudirá a la solución que en Europa había funcionado: el Santo Oficio de la Inquisición, que normaba estos asuntos en sus terribles edictos: “… para que se supieredes o entendieredes o hubieredes visto o oydo dezir que alguna o algunas persona vivas, (…) aya hecho o dicho o creydo algunas opiniones o palabras heréticas, (…) o blasfemia heretical contra Dios nuestro Señor y su Santa Fé Católica, (…) como lo digays y manifesteys ante nos (…) Item, que para el mismo fin de saber y adivinar los futuros contingentes y casos ocultos, (…) ejercitan el arte de la nigromancia, geomancia, hidromancia, piromancia, quiromancia, usando de sortilegios, hechizos, encantamientos, agüeros, cercos, brujerías, invocaciones de demonios…”.

La Inquisición era un tribunal con procedimientos muy arraigados que se aplicaban estrictamente mediante frases jurídico-religiosas que resultaban extrañas al acusado, y que conformaban toda una red que se estrechaba paso a paso en torno al reo y que incluían, en algún caso, el tormento o la tortura. En esta área de brujería, los inquisidores tenían cierta libertad para incorporar hechos que no estuviesen del todo fijados como delitos, pero que tocaban situaciones que se juzgaban como supranaturales.

Venezuela crisol sincrético

El caso de Venezuela resulta muy interesante por las características de la sociedad colonial en los siglos XVI y XVII, ya que existían muchos grupos sociales con diferentes culturas, lo que hacía más complejo aún el proceso de acoplamiento a una sola forma de ver el mundo.

La presencia de todo un crisol interétnico originaba un sincretismo de creencias africanas, indígenas y europeas, que llevaba a la hechicería americana a mezclar productos naturales típicos de cultos africanos, tales como el mijo, la calabaza, el ocumo y los animales, con elementos narcóticos o alcohólicos de origen indígena, como la coca, el tabaco y la chicha

de maíz, y prácticas europeas, como el uso del huevo y de algunos objetos sagrados católicos. En síntesis, un caldo de cultivo excelente para las más desenfrenadas prácticas de hechicería y superstición.

En Venezuela, según la Inquisición, todo incitaba a la brujería: las razas y sus mezclas, negros, indios, blancos y mestizos; el propio clima; las formas de convivencia; el nivel cultural de sus habitantes; las poblaciones dispersas y, en fin, un algo misterioso que atraía sin lógica explicación a los españoles. Por ello, los comisarios de la Inquisición, presentes en cada pueblo, vigilaban atentamente para detectar y castigar con la mayor severidad tal fenómeno. Este aserto puede comprobarse con la revisión de las varias causas contra mujeres y hombres que fueron enviadas a Cartagena de Indias para recibir su castigo final; entre ellas destaca la del infortunado esclavo Graciano García, quien resultó triplemente sospechoso por esclavo, por negro y por brujo.

Esclavo y curandero: mezcla demoníaca

La causa contra Graciano García, esclavo del alférez Francisco Prieto, vecino de Maracaibo, tuvo su inicio en el año 1669, cuando fue apresado y remitido a Cartagena por el Comisario de Maracaibo. La acusación inicial era por hechicería y adivinación, a las que se incorporó luego la quiromancia, según consta en el expediente inquisitorial que reposa en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, Sección Inquisición. Libro 1022, folio 124 y siguientes.

La primera acusación está referida al uso de medios satánicos para lograr respuestas a preguntas sobre asuntos futuros, tales como cuál iba a ser el sexo del hijo por nacer de una mujer embarazada: “Al capítulo primero que se le acusó de que cierta persona le había preguntado a este reo le dijese dado que estaba preñada, que tendría hijo o hija y que este reo había sacado una figura de un gallo de oro y un hilo de lo mismo y le había pedido un huevo y hojas de yerbabuena, que las había mascado y había puesto parado de punta en la palma de la mano…”. Frente a esta acusación, el reo afirmó que era mentira y que sólo Dios lo podía saber. El uso de elementos figurativos, de hierbas y de productos de origen animal como los huevos, sugerían una actividad predictiva, delito muy grave que era rigurosamente reprimido por el Santo Oficio, al considerarse que existía pacto explícito con el Demonio. La acusación continúa añadiendo más elementos a la causa contra Graciano García. El expediente indica “… que echaba [con su tabaco] el humo a una u otra parte y le preguntaba al huevo si tendría hijo o hija la dicha preñada, y entonces se meneó el huevo alrededor y había dicho este reo que tendría hija…”. La presunción de pacto explícito con el Demonio se hace entonces más sólida a los ojos de los inquisidores y enfrentado el reo a esta situación, contestó: “… que lo negaba y que no avía dicho tal”.

También se lo acusó de que había utilizado la lectura de la mano (quiromancia) para responder una cuestión sobre el futuro planteada por una persona: “Al capítulo tercero que se le acusó a este reo de que en dicha ocasión una cierta persona le avía preguntado a este reo le dijese si avía de tener muchos dineros y este le avía respondido mirándole la palma de la mano que no avía de estar la ventura en dicha persona sino en su mujer. [El reo contestó] que avía tal”. Éste era un delito muy perseguido, y su aplicación para la adivinación de cosas futuras era expresamente contemplada en los edictos inquisitoriales, como ya dijimos.

El reo había participado en curaciones mezclando el uso de cruces con conjuros y yerbas, haciendo así combinación de elementos sagrados y profanos: “Que el reo avía hecho uso de artes diabólicas, en la curación de una mujer que se llamaba la negra Paulita, aplicándole a la llaga la albahaca y miel de abejas y haciéndole cruces sobre ella y que avía sanado en cinco días, lo cual era de presumir que avía pacto con el Demonio”. Este nuevo cargo incorporó la realización de otra curación con lodo negro, empleando los poderes ocultos: “Que avía hecho una cura con lodo negro del brazo de su amo, que se le quebró por la muñeca y este reo se lo curó y quedó bueno”. Estas curaciones originaban siempre el recelo y sospecha del Santo Oficio, que las consideraba como intervención demoníaca; a esto se añadía el uso de cruces y conjuros, lo que le proporcionaba mucha más fuerza a la acusación de pacto con el Demonio. El reo se defendió afirmando que era verdad que hacía tal curación haciendo cruces y diciendo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

La tormentosa situación carcelaria alteraba algunas veces la psiquis de los presos, que inventaban cosas fantásticas. A ello se debe que el reo declarara que el propio Dios había bajado del cielo para pedirle que reclamara su libertad: “En 17 de febrero de dicho año, pidió audiencia y en ella dixo que la noche antes a medianoche, nuestro Señor Jesucristo avía llamado a la puerta de su cárcel cuatro veces y le avía dicho Lorenzo García, habla allá con Padre para que eche vos fuera de cárcel, porque no tener culpa. El mismo reo explicó detalladamente su experiencia con Dios: Dijo que él estaba durmiendo y que a los golpes de la puerta avia despertado y se levantó y del miedo que tuvo empezó a temblar. Y le quitó la enfermedad de sabañones, y se fue a la puerta de la cárcel y preguntó que, quién llamava y le respondió, yo soy Dios y como que estoy allá arriba en el cielo y avía venido a hablar con este reo para decirle que hablara con el Padre para que lo echara de la cárcel, porque estava bien sin culpa y que para eso avía pedido esta audiencia”. El tribunal preguntó si esa experiencia le había sucedido anteriormente y el reo contestó que sí, que en varias oportunidades, e inclusive dijo que le había visto el rostro, que le rozó claramente y que llevaba una corona.

El castigo inquisitorial

La sentencia está muy relacionada con la posición social del reo y con la naturaleza de sus delitos, de tal manera que como pena le impone que: “Salga en auto particular de fe con insignias de sacrílego, que se le den cien azotes [castigo característico aplicado especialmente a los esclavos y gente de baja condición social] y que sea entregado al prior del Hospital de San Sebastián para que sea instruido en la fe cristiana y luego sea entregado a su amo”. Las insignias de sacrílego que se le imponían como pena accesoria marcaban al reo como criminal a los ojos de sus vecinos y autoridades. La cruel sentencia se cumplió el 3 de marzo de 1670, aplicando los cien azotes con látigo de siete puntas en un solo día y fue entregado al Prior del hospital de San Juan de Dios de Cartagena para ser instruido en la fe cristiana. Para el esclavo Graciano García emplear sus “siniestros” conocimientos de curandero y yerbatero en atender las dolencias de sus vecinos le abrió un camino plagado de dolor y sufrimiento en las mazmorras de la Inquisición.