Dos rostros de una tragedia
César Batiz
El accidente que segó la vida de José Gregorio Hernández presenta dos caras de una fatalidad: la muerte de un santo y la tragedia personal de Fernando Bustamante, quien durante los más de sesenta años que sobrevivió al hecho no dejó de lamentar el rol que le correspondió representar en esta historia. Enfrentó un juicio del que salió absuelto gracias a la actuación de su abogado defensor, Pedro Manuel Arcaya.
Era domingo. Mientras en la sede de la Cancillería decenas de personas esperaban las últimas informaciones sobre la firma del Tratado de Versalles, que ponía fin a la Primera Guerra Mundial, en la casa ubicada entre las esquinas de San Andrés y Desbarrancados, n.° 3, José Gregorio Hernández, médico caritativo y catedrático fundador de los estudios de bacteriología en Venezuela, descansaba al lado de la imagen de su venerado San José. Unos minutos después alguien llamó a la puerta para avisarle que una anciana estaba enferma. El doctor salió ese mediodía del 29 de junio de 1919 en auxilio de la mujer, sin saber que iba al encuentro del final de su propia vida. José Gregorio andaba por esas calles de Caracas, donde en 1919 circulaban unos setecientos automóviles.

Habían transcurrido quince años del 4 de abril de 1904, día en que el doctor Isaac Capriles, guiado por un chofer, recorrió las calles de la capital en el primer auto que llegó al país.
Eran cerca de las 2:15 de la tarde cuando el doctor Hernández salió de la casa de la anciana enferma. Como siempre andaba a pie, porque una mala experiencia vivida con los automóviles lo había marcado para siempre. El 24 de diciembre de 1917 había presenciado cómo un carro a motor destrozaba el caballo que tiraba del coche que lo llevaba a encontrarse con su sobrino residenciado en esa ciudad, Temístocles Carvallo Hernández. La impresión que le dejó ese hecho le produjo temor al uso de este tipo de vehículos. El destino le daría la razón esa tarde de domingo. Como cordero que va al sacrificio ceremonial, a los 54 años y cumpliendo 31 años de graduado como médico, se disponía a dar el último paso de su vida frente a la botica de Amadores, entre las esquinas de Amadores y Urapal.
Por la misma calle subía el chofer de 26 años, Fernando Bustamante, nacido en Mérida el 30 de mayo de 1893, casado, padre de dos niños y uno más que venía en camino, que había sido ofrecido como ahijado al doctor Hernández. Conducía el vehículo marca Essex, modelo 1918, de la Hudson. Iba detrás del tranvía número 27 de La Pastora. Tan sólo trece días antes había obtenido su título de conductor, firmado y sellado por el secretario de Gobierno del Distrito Federal, Raúl Crespo Vivas, una vez cumplidos los requisitos exigidos por el Reglamento para el Servicio de Automóviles.
La muerte de un santo
Bustamante intentó rebasar el tranvía número 27 de La Pastora, conducido por Mariano Eduardo Paredes, momento en el cual se descubrió protagonista de un hecho inesperado y que de manera lamentable lo vinculará eternamente a la muerte de un santo.
Tres días después contaría su versión de los hechos ante el Tribunal de Instrucción presidido por el juez Alejandro Sanderson, testimonio que forma parte del expediente número 32, citado textualmente: “El día veinte y nueve del mes en curso –junio–, como a las dos de la tarde, iba yo manejando un automóvil, subiendo de la esquina del Guanábano a la de los Amadores, por delante de mí marchaba un carro de los tranvías eléctricos y como viniera en sentido contrario un muchacho manejando una carretilla le di paso y seguí marchando tras el tranvía, tomando en seguida la izquierda, aplicando la segunda velocidad y empecé a tocar la corneta, por temor de que por el lado de la calle se apeara alguno del tranvía; el motorista del carro del tranvía al llegar a la esquina de los Amadores y antes de entrar en la bocacalle, quitó la corriente y entonces yo pisé el acelerador para darle un poco de velocidad al carro y embrallar la tercera velocidad, en el momento que iba a operar este cambio a una persona que al pretender esquivar el automóvil y junto con su acción de hacerse hacia atrás, recibió con el aparafango derecho un golpe en un costado, el cual lo lanzó hacia atrás, y como caminara algún trecho pretendiendo guardar el equilibrio, el cual no pudo conseguir, hasta que al fin calló de espaldas. Yo detuve el auto y voltié a ver si se había parado, pero lo vi en el suelo y reconocí al doctor José Gregorio Hernández y como éramos amigos y tenía empeñada mi gratitud para con él, por servicios profesionales que gratuitamente me había prestado con toda solicitud e interés, me lancé del auto y lo recogí ayudado por una persona desconocida para mí, y lo conduje dentro del auto sentándose a un lado la persona que me ayudó a recogerlo; y entonces en el interés de prestarle los auxilios necesarios, lo conduje, tan ligero como pude, al Hospital Vargas…”.
Al llegar al hospital, los hilos de sangre salían de la boca y oídos de José Gregorio. En el mismo taxi que trajeron a la víctima, Bustamante y un estudiante de medicina fueron a buscar al doctor Luis Razetti, quien se encontraba en su casa. Al regresar, los atajó el capellán del hospital, Tomás García Pompa, para anunciar que el médico de los pobres estaba muerto.
Luis Razetti constató que había fallecido: “Tenía fracturada la base del cráneo. Presentaba también una pequeña herida y un hematoma en la sien derecha, edemas bajo los párpados, hemorragias por la nariz, los oídos y la boca, y en ambas piernas, más arriba de las rodillas, una franja amoratada”.
Investigación y juicio
Aunque no era la primera víctima de accidentes automovilísticos en Venezuela, pues Marcos Parra se le adelantó cuando el 1° de julio de 1913, también perdió la vida por arrollamiento en la esquina de Doctor Paúl, la muerte de José Gregorio provocó conmoción en la ciudad. Los caraqueños arrancaron flores del Ávila para poner a los pies del ataúd del doctor, mientras las autoridades iniciaban las investigaciones sobre el accidente.
“En párrafo aparte merece consignarse la actitud con que el señor doctor Raúl Crespo Vivas, secretario del Despacho de la Gobernación, y las primeras autoridades de policía se dieron a la inmediata averiguación de lo sucedido”, resaltaba El Nuevo Diario, periódico dirigido entonces por Laureano Vallenilla Lanz. Este medio y El Universal reseñaron lo ocurrido, pero por ninguna parte mencionaron el nombre del conductor del vehículo que arrolló a José Gregorio.
Desde el mismo 29 de junio, el Tribunal de Instrucción de Caracas, presidido por el juez Alejandro Sanderson, inició la investigación. En la lista de once testigos estaban: Vicente Romana Palacios; el conductor del tranvía Mariano Eduardo Paredes; el colector Alfonso Timaury; el encargado de la botica Vitelio Utrera; los pasajeros Diego Casaña Salom, el coronel Eduardo Baptista, Luis Felipe Badaracco, Luis Monroy Abreu, Francisco Gascue y Juan Antonio Ochoa Fernández, y la vecina, señorita Angelina Páez, quien estaba en la ventana de su casa cuando ocurrieron los hechos.
El 30 de junio comenzaron los interrogatorios. Angelina Páez, la bisnieta del caudillo José Antonio Páez, declaro el 3 de julio al tribunal en su casa, pues se negaba a salir a la calle, aun impresionada por el accidente. “El chauffer antes de llegar a la esquina de Los Amadores no tocó la corneta e iba con mucha velocidad”, revelación que contradijo lo dicho por el mismo Bustamante en su primera declaración del 2 julio.
En esa oportunidad el implicado aseguro que tocó la corneta y así como aclaró que en cinco años que tenía conduciendo vehículos en la ciudad y carreteras –a pesar de que hacía solo trece días atrás había recibido el título de manejo–, “… no he tenido nunca ningún inconveniente, ni he sido nunca citado a la Inspectoría para observaciones sobre el reglamento”. Se refería al Reglamento del Tráfico en las Carreteras en la Republica, del primero de junio de 1915, que en otros puntos, establecía un máximo de velocidad de 30 kilómetros por hora.
Luego de escuchar la declaración de la señorita Páez, el juez Sanderson decidido la detención de Bustamante. Al día siguiente, el 4 de julio, fue sometido a un nuevo interrogatorio. “Preguntando: ¿Sabe usted quienes son los autores, cómplices o encubridores de la muerte del doctor José Gregorio Hernández acaecida el 29 de junio último?―El destino; pues el relato de lo sucedido consta en la declaración que rendí en este mismo Tribunal…”.
El 16 de julio, luego de haber concluido los interrogatorios a los testigos y de efectuar ese mismo día la topografía del accidente o croquis, como se le conoce actualmente, el Tribunal de Instrucción pasó el expediente al Juzgado del Crimen del Distrito Federal, a cargo del juez Luis Sagarzazu, quien de inmediato notificó al representante del Ministerio Publico, Ramon Gómez Valero. Así mismo, a solicitud del acusado, el tribunal citó al doctor Pedro Manuel Arcaya, quien aceptó defender a Bustamante.
Pese a que familiares de José Gregorio solicitaron al juez Sagarzazu clemencia para Bustamante, pues “Dios en sus altos designios dispuso sin duda que el doctor Hernández falleciera del trágico e inesperado modo”, el 4 de agosto el fiscal del Ministerio Público efectuó el acto de cargo, imputando a Bustamante por homicidio por imprudencia, lo que hoy conocemos como homicidio culposo.
Arcaya, el abogado defensor, vinculado al gomecismo, redactor de leyes, ministro y senador para el momento del juicio, solicito al juez la autorización para repreguntar a los once testigos. Con habilidad logró que diez de ellos se contradijeran, entre ellos la señorita Páez, quien manifestó que fue posible que ella no escuchara la corneta.
El abogado también citó a testigos como Manuel Perez, quienes dieron como cierto que el doctor Hernández andaba a pie, de prisa y con la mirada baja; al fiscal Ramon Gómez Valero no le quedó otra opción que pedir la absolución del imputado el 17 de noviembre de 1919.
Cuatro días después, el juez Luis Sagarzazu, dictó la absolución, pero Bustamante no obtendría la libertad hasta el 11 de febrero, luego de que la Corte Superior, presidida por el doctor Juan Colmenares, ratificara la sentencia del Juzgado del Crimen.
El otro protagonista
En 1977, a los 84 años, el chofer habló por primera vez a la prensa sobre el accidente. Bustamante concedió una entrevista al periodista Jesús Méndez Castellano, de El Nacional. Con lágrimas en los ojos, el otro protagonista de esta historia, contó sobre la muerte de José Gregorio Hernández. En medio de su relato comentó que estaba decidido que su hijo, que estaba por nacer, iba a ser ahijado del doctor Hernández, en gratitud a las tantas veces que el médico atendió a los miembros de su familia de forma gratuita. A los pocos meses de la tragedia nació el niño, pero falleció poco después. Bustamante agregó que él fue la primera persona que le dio la santidad al médico de los pobres, cuando en medio del juicio aseguró lamentar la muerte del “sabio y santo doctor”; por eso cuando enfermaba pedía a José Gregorio que le sanara de sus dolencias.
Para el momento del accidente, Bustamante era amigo de Alí Gómez, hijo del presidente Juan Vicente Gómez, amistad que se rompería años más tarde, pues a Bustamante lo implicaron en un intento de homicidio al benemérito, ocurrido en Antímano en 1922. Por eso el chofer del carro que arrolló a José Gregorio Hernández tuvo que huir a Curazao, donde aprendería el oficio de optometrista.
Él siguió su vida marcado por ese hecho. Incluso cuando falleció, el 1° de noviembre de 1981, también un domingo y día de Todos los Santos, fue noticia de última página, pues había muerto el chofer que conducía el carro del accidente donde murió José Gregorio Hernández, quien inició ese 29 de junio de 1919, su camino a la santidad aún no alcanzada por falta de un milagro que conmueva a las autoridades del Vaticano.