En el camino a la santidad

María García de Fleury

La Iglesia católica reconoce explícitamente a algunos seres humanos como santos, lo que significa atribuirles cualidades y virtudes excepcionales. La santidad es una condición, así se dice, por la que un hombre o una mujer exhiben una vida digna de encomio y merecimiento.

Tal reconocimiento viene luego de un proceso de escrutinio reglado hasta los detalles más pequeños, porque una vez concluido satisfactoriamente, esto es, cumplida la “canonización”, permite a la Iglesia afirmar que una persona ha vivido de manera ejemplar, y que, por lo tanto, es un modelo de existencia. Cabe siempre decir que la vida ejemplar no tiene necesariamente que ser reconocida por nadie y que en el diario trajinar andan “santos y santas” cargados de méritos cuyos nombres y rostros muy pocos conocen. La “santidad”, en verdad, puede también ser un asunto muy íntimo.

Esta pintura del pintor ucraniano Iván Belsky evoca el momento en el que José Gregorio Hernández ingresa a la Cartuja de Farneta, en Lucca, Italia, en su primer intento de convertirse en sacerdote. Cortesía Fundación Bigott.

¿Fue un “santo” José Gregorio Hernández? Para muchos desde luego que sí. Para la Iglesia católica, por su parte, hay trechos por recorrer antes del reconocimiento oficial. Un rasgo suyo apreciado por quienes lo conocieron, fue su generosidad. Su condición de médico le facilitó su dispensa de ayudas a todos quienes la buscaban, ricos o pobres, y con un marcado desinterés económico. 

Fue igualmente un hombre de fe intensa y de oración, que en la práctica reconocida por la Iglesia se manifiesta, entre otras acciones, por la asistencia frecuente a actos sacramentales.

La religiosidad popular venezolana ha hecho muy suyo a José Gregorio Hernández. Allí se combinan elementos y apreciaciones muy diferentes donde a las condiciones que la Iglesia católica impone con mucho celo se unen ritos, creencias y manifestaciones espirituales muy diversas. Es muy posible que las vicisitudes de su “canonización”, de alguna manera, tengan que ver con esta libre asociación que en el alma popular se ha producido con José Gregorio a lo largo de las décadas, y que ha colocado su memoria, quizás, en los bordes de los usuales cánones de rigor que la Iglesia establece.