Galeotto Cey
Katty Solórzano
Un comerciante de Florencia perseguido por la mala suerte, Galeotto Cey, llegó al Cabo de La Vela para participar de la extracción perlífera en 1541. Esta gananciosa experiencia engañó su sentido comercial, y cuatro años después, al volver a nuestro territorio a comerciar proveniente de Santo Domingo, no sólo perdió sus mercancías, sino que quedó bajo las órdenes forzosas de Juan de Carvajal, convirtiéndose así en conquistador a disgusto e iniciando una estadía de nueve años en territorio venezolano.Cey participó en la fundación de El Tocuyo, y entre el Cabo de La Vela y la laguna de Tacarigua, incluido territorio andino, recopiló información que luego formaría parte de su Viaje y descripción de Las Indias, 1539- 1553. Entre las magníficas informaciones contenidas en la obra destacan las referentes a la alimentación de naturales, esclavos y conquistadores.
Tierra de buenas carnes
Cey comienza su odisea venezolana en Coro el 6 de enero de 1545. Allí tomó gran afecto por los indios caquetíos, de los que destacaba que no eran caníbales, lamentando que se les diezmase y sintiendo auténtica lástima por los españoles que allí se asentaron a criar unas pocas gallinas, aunque señalaba que en la península de Paraguaná existía excelente caza, pero casi ningún otro alimento. Quizás su única referencia auspiciosa al sustento respecto a Coro, era la de que “Las carnes salen allí buenísimas como en Francia, porque los pastos son allí buenos, la hierba como grama y salada por la vecindad del mar”.

Cey partió hacia lo que posteriormente sería El Tocuyo en el mes de abril, con un grupo de ochenta hombres, doce mujeres, más de mil indígenas sometidos, y además de caballos y perros, llevaban para la subsistencia ochenta vacas, cincuenta cabras y “pocas ovejas y puercos”. Los expedicionarios, entre sus implementos y pertrechos, mayormente dedicados a la guerra, la salud y la supervivencia, debían llevar consigo un caldero, una piedra para moler, un par de platos de estaño, aceite y sal.
Frugalidad y penurias
De los hábitos de esta primera expedición, Cey acota que se acostumbraba comer temprano una especie de hojuelas o gachas que decía llamarse cara –a la que José Rafael Lovera emparenta con el fororo–, que una india preparaba con agua y endulzaba con miel o mezclaba con leche, según lo que se tuviese a mano, constituyendo con frecuencia esta mezcla el único alimento durante el día, a menos que se encontrase alguna fruta en el camino. En la noche las indias hacían pan (arepas) de haber maíz, que con frecuencia provenía del hurto a los indígenas, al punto de que Cey señala haber tenido que cargarlo en sus propios calzones por emprender estas expediciones sin saco. De estar en territorio llano se cazaba; si a la vera del río, se pescaba.
En los desvíos del viaje y en las cercanías del lago de Maracaibo se encontró con los onotos, moradores originarios que comerciaban con pescado y sal por maíz, raíces e inclusive oro. Para la expedición, sin embargo, se trataba de tiempos adversos, ya que cuando el grano escaseaba debían comerse a sus propios caballos y perros muertos, con el único consuelo de un buey ocasional, una piña o una guayaba. Frutas como el mamey, el mamón, el anón y el hicaco pueblan las páginas de esta relación, relatando incluso que de los brotes tiernos del jobo se hacía una salsa verde para acompañar las arepas.
Hábitos antropofágicos
De la antropofagia, costumbre para él detestable, señala el comerciante que los achaguas, bobures, coyones, jiraharas, todos la practicaban: “Algunos comen sus muertos, otros sus enemigos… comen dicha carne frita en ciertas cazuelas con la misma grasa de ella; las mujeres no la quieren cocer, ni la cuecen dentro de sus casas, sino un poco afuera; se siente desde lejos de donde fríen o han frito, un olor muy gustoso”, destacando la antropofagia caribe contra otras tribus. También atrajo la atención de Cey que los indígenas no salaran la comida, sino que con cada bocado, según el gusto, se lamía un poco de sal y se guardaba el resto.
Las referencias a la comida, el hambre y los hábitos alimentarios contenidas en este Viaje… son tan numerosas, que se impone la lectura concienzuda de la obra para ver con claridad el paisaje gastronómico de esta fase de la Conquista.
Tras las huellas de un errante
Las peripecias de Cey no se circunscriben exclusivamente a nuestro territorio. Digno de protagonizar un relato de aventuras rayano en lo fantástico, Cey estuvo prisionero entre Montemurlo y Pisa por ser partidario de los Strozzi y contrario a los Medici, luego viaja desde Sevilla a Santo Domingo para vivir allí dos años. Desde Venezuela se traslada a Tunja y Bogotá. Errante como siempre, vuelve a Europa, visita incluso Marruecos, para morir en su original Florencia en 1579, luego de 66 años de inquieta existencia.
La primera edición en castellano del relato se debe a la acuciosa investigación de José Rafael Lovera y a la traducción de Marisa Vannini de Gerulewicz. Lovera conoció de la existencia del original gracias a un catálogo de la Universidad de Oxford, A Guide To Manuscripts Sources for the History of Latin America and the Caribbean in the British Isles. Al acceder al manuscrito que reposa en el Museo Británico, por temer que fuese apócrifo, dedicó largos años a la pesquisa biográfica del florentino hasta comprobar que estuvo en los lugares y fechas señalados en su relación.