José Gregorio Hernández. Modernizador de la medicina en Venezuela

Manuel Guzmán Blanco

La trayectoria académica de José Gregorio Hernández en el campo de la medicina le valió la confianza del Ejecutivo para desempeñar una misión que lo llevaría a los grandes centros de investigación en París, lo que a su regreso le permitiría modernizar los estudios y la práctica de la disciplina en Venezuela

José Gregorio Hernández reúne en su personalidad los elementos de los hombres que trascienden. Se preparó adecuadamente, no sólo en el país, sino también en los centros académicos de primer orden para su época. Planeó con detalle el equipamiento necesario para su labor docente y de investigación y, a su regreso, se dedicó con empeño y constancia a transmitir conocimientos.

Fue querido y recordado por sus alumnos, familiares y pacientes. Escribió páginas que en la historia de la medicina permiten que se le considere como uno de los médicos que supo propiciar la implantación y el fomento de los estudios de esta disciplina en nuestro país.

Se formó con esmero en la carrera de medicina, en la que se destacó con honores. Obtuvo mención de sobresaliente en 24 de 35 calificaciones. 

Imagen Cuadro Pintura Representando Jose Gregorio Hernandez Medico Cientifico Laboratorio Bata Medica Blanca Corbata Negra Parado Observando Mano Izquierda Tubo Ensayo Frente Meson Varios Instrumentos Microscopio Libro Pipetas Mechero
Para desarrollar las cátedras experimentales en el recién creado Hospital Vargas se necesitaba formar a los futuros docentes e investigadores. Con esta intención, el gobierno de Juan Pablo Rojas Paúl envió a París al joven médico José Gregorio Hernández. Obra de Iván Belsky. Cortesía Fundación Bigott.

Su fama de excelente estudiante permitió que el día de la presentación del examen para obtener el doctorado, éste se convirtiera en un acto público, y fue tal su brillantez al responder las preguntas del jurado que el rector de la Universidad, el doctor Santos Aníbal Dominici, al concederle el grado de doctor, lo estimuló diciéndole: “Venezuela y la medicina esperan mucho del doctor José Gregorio Hernández”.

Su impronta innovadora

La medicina venezolana de fin del siglo XIX necesitaba remozarse. Los hospitales existentes estaban en condiciones deplorables; no había enseñanza de la medicina experimental y hacía falta renovación y nuevos bríos. Juan Pablo Rojas Paúl, en su corta presidencia, toma dos decisiones muy importantes en este sentido. Aprobó que se construyera un gran hospital nacional (más tarde Hospital Vargas de Caracas), donde además se ejercería la docencia, para lo que estableció la creación de las cátedras experimentales en la Facultad de Medicina: “…era preciso formar en un centro de enseñanza del más alto nivel académico y científico”. Igualmente aprobó “enviar a París, a un joven médico graduado de Doctor en la Universidad Central, para que al finalizar sus estudios regresara a fundar las cátedras correspondientes a esas materias en la Universidad y estableciera en el Gran Hospital Vargas un gabinete o laboratorio fisiológico que estaría a su cargo, y que serviría para enseñar a los estudiantes de medicina el ejercicio práctico de las clases teóricas que serían impartidas en las cátedras universitarias”.

José Gregorio Hernández, graduado en 1888, fue el elegido. Lo recomendó ampliamente su profesor, el doctor Calixto González. Llegó a París a fines de 1889 y allí recibirá lecciones de histología y embriología del profesor Mathias Duval. Su profesor de fisiología experimental fue Charles Richet, quien llegó a recibir el premio Nobel en 1913 por sus trabajos sobre el jugo gástrico y la contracción del músculo liso. Su relación con el profesor Richet lo vinculó directamente con la contribución de Claude Bernard, y esto hizo posible la creación, a su regreso, del laboratorio de fisiología experimental, inicio de la medicina experimental en el país.

En febrero de 1891 ingresó en el Laboratorio de Isidoro Strauss y, en opinión de éste, “… se dedicó con celo y asiduidad perfecta en investigaciones bacteriológicas…”. El profesor Strauss había trabajado con Emile Roux y Charles Chamberland, discípulos directos de Louis Pasteur. El Instituto Pasteur había sido fundado en París el 14 de noviembre de 1888.

Próximo a su retorno, en mayo de 1891, envío una comunicación sobre el equipamiento necesario para el laboratorio, que incluía, “…cuatro microscopios Zeiss”, los más modernos para la época y los primeros de este tipo que llegaron a Venezuela. Aunque José María Vargas, desde 1842, y después Calixto González y Guillermo Morales habían usado microscopios en la enseñanza, el aporte del doctor Hernández permitió su uso en el diagnóstico y la investigación.

“El más pedagogo de los profesores…”

El 4 de noviembre de 1891, el Ejecutivo Nacional, bajo la presidencia de Raimundo Andueza Palacio, dado que “…ya se encuentra convenientemente instalado en el edificio de la Universidad Central de Venezuela el Laboratorio de Fisiología Experimental y Bacteriología”, decretó: “… la creación en la Universidad Central de Venezuela de los estudios de histología normal y patológica, fisiología experimental y bacteriología, los cuales se cursarán en el laboratorio arriba indicado y conforme a los últimos descubrimientos hechos en las naciones más adelantadas”. En el mismo decreto se anunció que, por resolución especial, sería nombrado un catedrático que al mismo tiempo se desempeñaría como director del laboratorio. El 5 de noviembre el doctor José Gregorio Hernández fue designado y el 6 de noviembre el rector de la universidad, doctor Elías Rodríguez, le dio posesión del cargo.

Así fue como comenzó la enseñanza de la medicina experimental en Venezuela. Todavía, con la distancia de los años, causa admiración comprobar que un joven médico, con sólo un año de graduado, pudiera traer los conocimientos adquiridos en la Facultad de Medicina de la Universidad de París a la de la Universidad Central de Venezuela. En este proyecto se unieron visión, propósito, empeño, recursos y, sobre todo, dedicación.

Desde noviembre de 1891, el doctor Hernández fue profesor a dedicación completa. Su labor docente fue interrumpida en 1906 cuando solicitó su jubilación con la intención de retirarse a la vida conventual en Italia. Imposibilitado de seguir la vida monástica por razones de salud, se reincorporó a la docencia por expresa petición de los alumnos que lo reclamaron al enterarse de su regreso al país en 1909. Más adelante, en 1912, dejó nuevamente la enseñanza, esta vez por la clausura indefinida de la Universidad por parte del Ministerio de Instrucción Pública. En 1914 estableció, conjuntamente con su sobrino Inocente Carvallo, una cátedra privada de histología en el Colegio Villavicencio. En 1916, el Ministerio de Instrucción Pública restableció los estudios públicos de medicina, al crear la Escuela de Medicina en las instalaciones del Instituto Anatómico, en la esquina de San Lorenzo en la parroquia de San José. Allí dio clases José Gregorio Hernández hasta el día anterior a su muerte. En ese mismo sitio funciona actualmente la Escuela de Medicina Vargas, de la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Venezuela.

Después de su fallecimiento, fue recordado por sus alumnos como “un profesor ilustrado” que “difundía su saber con inimitable maestría”; era “el más sagaz de los maestros y el más pedagogo de los profesores”. “Como profesor era más que exigente, intransigente (…) era metódico y muy riguroso”; “… su puntualidad se hizo proverbial. A las tres de la tarde, por treinta años sucesivos, abrió diariamente la puerta de su aula”.

José Gregorio Hernández entró entonces en la historia de la medicina venezolana como docente, pero también hay que destacar al académico, al investigador y, sobre todo, al médico competente y dedicado a sus enfermos. Fue miembro fundador de la Academia Nacional de Medicina, donde ocupó el sillón número XVIII. Cuando, con ocasión de su viaje a Italia, envió su renuncia a ese cuerpo, la misma le fue rechazada por unanimidad. Mereció siempre un gran aprecio en ese ámbito, donde sostuvo sus posiciones con claridad y respeto. Su respuesta a la insistente cuestión del doctor Luis Razetti de que la corporación aceptara como propia la teoría de la evolución de las especies, le permitió expresar con claridad y consistencia su concepción de la vida y el fondo de sus creencias. En ese momento se definió como creacionista. Esta polémica se desarrolló entre los años 1904 y 1905. Años después, al escribir su obra Elementos de filosofía, armonizaba la teoría evolucionista con la participación divina en el inicio de la vida.

Una obra y su legado

El doctor Hernández dejó por escrito el contenido de sus enseñanzas e investigaciones. Realizó publicaciones científicas en los campos de la embriología, la anatomía patológica, la parasitología, la bacteriología y la terapéutica. Dentro de los temas abordados se incluyen la bilharziosis, la tuberculosis y la fiebre amarilla, males que afectaban a muchos caraqueños de la época.

Su libro Elementos de bacteriología es un texto profundo, abundante en detalles, con descripción meticulosa de los distintos microorganismos causantes de enfermedades. Fue presentado a las autoridades de la Universidad en 1906, como soporte a su solicitud de jubilación prematura y fue utilizado como libro de estudio por los estudiantes de sus cátedras.

Se preocupó por mantenerse informado de los avances en su campo, y así se entienden su viaje a Washington como representante de Venezuela en el primer Congreso Médico Panamericano de 1895, su viaje de actualización en el año 1917 a Estados Unidos y Europa, y su continúa revisión de la literatura médica disponible para ese momento.

Aunque sin duda fue un médico de avanzada para la época, padre de la medicina experimental en el país, académico y docente excepcional, el recuerdo que de él se tiene lo asocia con su vinculación con la gente común, con su labor de médico en ejercicio.

Fue un médico respetado y admirado por su ojo clínico, su habilidad diagnóstica, su capacidad de atención a los enfermos y sus aciertos en la terapéutica. No establecía distinciones entre sus pacientes y el ejercicio de su profesión era tanto para los que mucho podían como para aquellos que carecían de todo. La generosidad lo acompañaba, procurando asegurar las medicinas de sus enfermos más necesitados.

Se han podido recuperar más de siete mil recetas de su puño y letra, escritas durante los casi veintiocho años de ejercicio profesional. Su fama como clínico, seguramente, se basaba en su capacidad para oír con atención la historia del enfermo, en su ojo atento a los detalles surgidos de la observación y el examen, y en su actitud de buscar verificar las observaciones realizadas en pruebas de laboratorio. Ello hace a muchos persuadirse de que es el verdadero fundador de la medicina científica en Venezuela.

José Gregorio Hernández, como debía ser, fue un hombre de su tiempo, valga decir: científico, médico a dedicación exclusiva, además de docente. Pero no pasó a la historia sólo por sus contribuciones de trascendencia, sino que fue querido por el pueblo, que reconoció en él a un ser humano excepcional. Las manifestaciones de pesar que se vivieron en Caracas el día de su muerte, no hicieron sino confirmar su cimentada fama de hombre de bien. Esa fama, por lo demás, lo acompaña desde aquel lejano día del año 1919 cuando murió. En el sentimiento popular sigue siendo “el médico de los venezolanos”. Para muchos de los creyentes en la fe cristiana merece sobradamente la gloria de los altares, por ser un vivo ejemplo de que la actividad diaria realizada con dedicación y entrega, y sea cual fuere esa actividad, es razón suficiente de santidad, de hacer presente en la existencia cotidiana el reino de los cielos.