Personaje histórico y figura mítica
Emanuele Amodio
Si para muchos el momento de la muerte es el inicio del olvido, para algunos otros puede ser el comienzo de un nuevo recorrido en la memoria de las generaciones que le siguen. Pero hay personajes para quienes ese momento representa la entrada en un mundo imaginario complejo, según los grupos e individuos que se apropian de su vida terrenal, transformándola en relato mítico. Es el caso de José Gregorio Hernández
La mañana del 29 de junio de 1919 un hombre atravesaba la calle entre Amadores y Cardones, en Caracas. Algunos de los pasantes lo reconocieron con facilidad. Era el doctor José Gregorio Hernández, insigne médico y filántropo. Después de haber examinado a uno de sus pacientes iba a la farmacia de la esquina de Amadores para comprar las medicinas que él mismo había prescrito. Ésa era su costumbre: darle a los enfermos de su bolsillo también los fármacos.
Hernández atravesaba la calle. ¿Quién sabe en qué iría pensando? O quizás iba rezando. Medicina científica y creencias religiosas convivían en su vivencia. Para él no había sido fácil llegar a un cierto equilibrio entre ambos mundos, y con frecuencia se veía perturbado por cuestiones candentes que otros médicos le proponían, al estilo de Luis Razetti y sus discusiones sobre la evolución darwiniana que negaba la creación del dios cristiano.
La calle que el hombre atravesaba apenas la cruzaban uno que otro carro. Uno de ellos, el Ford de Fernando Bustamante Morales, bajaba superando el tranvía estacionado entre las esquinas de Amadores y Urapal. El encuentro imprevisible entre hombre y máquina cambió dramáticamente el fluir de aquella historia local.

Moría un médico ya famoso, y la vida de un ciudadano cualquiera se llenaba de la zozobra de haber malogrado una existencia. Esa mañana del 29 de junio un hombre entraba en el mito y en la imaginación de millones de personas de las décadas sucesivas. Habría de desdoblarse en tres figuras diferentes, cada una con sus características propias. Entonces nacen tres personajes, tres rostros diferentes, tres destinos.
El médico y científico Hernández
José Gregorio Hernández nació en 1864, en una pequeña aldea del estado Trujillo. Allí cursó sus primeros estudios. Luego se trasladó a Caracas. Hubiera querido estudiar leyes, pero su padre lo convenció de hacerse médico. Cursó el bachillerato en el colegio Villegas de Caracas, donde también se hospedaba. Allí estudió filosofía, graduándose de bachiller en 1882.
A los 17 años ingresó a la Universidad Central de Venezuela. Comenzó entonces los estudios de medicina, obteniendo en 1888 su título de doctor. Un año después, gracias a una beca concedida por el Gobierno Nacional, se fue a París para perfeccionar sus conocimientos.
Dos años de estudios en París lo calificaron para dedicarse a la investigación y, por esto, pidió al embajador venezolano en la capital francesa que le permitiera trasladarse a Berlín para complementar su formación. El pedido, sin embargo, no obtuvo buena acogida. Regresó a Venezuela, habiendo adquirido todos los implementos necesarios para crear un laboratorio de fisiología experimental en el Hospital Vargas de Caracas. En agosto de 1891 estaba de vuelta en Caracas para comenzar su carrera profesoral, científica y médica.
Fray Marcelo, es decir, San José Gregorio Hernández
Desde su edad temprana José Gregorio había dado testimonio de una intensa piedad cristiana. A los 43 años adopta la decisión de dedicarse íntegramente a su Dios. En consecuencia opta por postularse para entrar en la Cartuja de Farneta, un convento de clausura cerca de la ciudad italiana de Lucca. Una vez aceptado, se fue a Italia en 1908 y de inmediato entró al convento. Allí le dieron el nombre de fray Marcelo. Fueron diez meses de profunda piedad: rezos, cilicio, trabajo duro, aislamiento del mundo y de los otros monjes, vida de ermitaño encerrado en una pequeña celda. Años después escribiría en su relato “En un vagón” (1912): “Los santos adquirieron la perfección en grado heroico porque lucharon contra todos sus apetitos corporales y triunfaron de ellos”. Fueron también meses de un crudo invierno. Fray Marcelo no consigue cumplir con lo exigido: tanto que el Superior General de la Cartuja le aconseja abandonar el convento. ¿Qué sucedió realmente? Todo quedó en el secreto del confesionario.
De regreso a Venezuela en abril de 1909, José Gregorio no abandona del todo sus proyectos religiosos. Pide al arzobispo de Caracas permiso para ingresar al seminario diocesano, recibiendo una respuesta positiva. Su internado, sin embargo, apenas dura un mes. Vuelve entonces a sus clases y a sus pacientes.
Con la sotana había también dejado de lado la levita negra. Ahora era posible verlo vestido como dictaba la moda, con sus botines de charol y un sombrero de pajilla. Además, había comenzado a fumar. Se dedica al piano con su amigo, el joven pianista Juan Vicente Lecuna, mientras publica obras de medicina y literatura. Podría decirse que a este nuevo José Gregorio le faltaba solamente casarse para integrarse completamente a la vida social de la Caracas de comienzo del siglo.
La vida tenía sus planes. El Ejecutivo Nacional cierra la Universidad Central por tiempo indefinido en octubre de 1912, y se desencadena una nueva crisis religiosa en el doctor Hernández. Vuelve a viajar a Europa, esta vez para ingresar en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano de Roma, con el fin de estudiar latín y teología. Tampoco este proyecto llegó a buen término: a causa de una enfermedad pulmonar abandona la carrera sacerdotal en 1914. Regresa a Venezuela, después de una temporada en París. En Caracas retoma sus actividades, donde lo espera la muerte en 1919.
Este último tránsito es sólo otro cambio en la existencia de José Gregorio. Como lo intituló El Nacional del 29 de junio de 1969, “El día de su muerte José Gregorio Hernández nació como santo”. Comienza así una existencia de otra naturaleza, con periódicas apariciones y curaciones: de una encefalitis aguda, de fiebres rebeldes, una recuperación del corazón. Los milagros se realizan en diversas partes del mundo: desde Colombia hasta Nueva York. Isnotú se convierte en lugar de peregrinaje.
En 1949 comienza la investigación eclesiástica para un posible proceso de canonización. Ésta se interrumpe en los años sucesivos, pero la fuerza de las manifestaciones religiosas impone su reactualización en 1957. En Roma comienza un largo proceso que culmina una primera etapa en 1972 con la declaración de José Gregorio Hernández como “Siervo de Dios”. Quince años después, en 1986, reconocida su “heroicidad”, la Iglesia católica lo declara “Venerable”, continuando así, con no pocas dificultades, su carrera hacia los altares mayores.
El espíritu protector José Gregorio
La figura de José Gregorio ha crecido durante las décadas que siguen a su muerte. El pueblo santifica por su cuenta y los signos de la presencia del “santo” adquieren formas diversas. Pese a la prohibición del culto público a José Gregorio por parte de la Iglesia católica en 1986, la devoción continuó creciendo. Isnotú es hoy un centro de visita espiritual.
Junto al científico y al venerable otra figura fue creciendo en el imaginario popular: el “médico de los pobres”, un espíritu tutelar que integra el multiforme panteón de los cultos religiosos populares. Los creyentes se relacionan directamente con el héroe que habita su panteón. Primero fue su integración al culto de María Lionza, la diosa yaracuyana, rodeada de sus espíritus, organizados en cohortes: libertadores, indios, vikingos y médicos, entre otras. Entre esta última, en un grupo de espíritus médicos, predomina la figura de José Gregorio, con su levita negra multiplicada en imágenes y estatuillas. Agua bendita y estatuillas traídas de Isnotú llevan su protección a las casas urbanas y campesinas.
Uno y tres: mito y religión
La triple figura de José Gregorio Hernández se presenta como expresión de un proceso complejo e ilustrativo del papel que desempeñan las creencias y la fe en la construcción de la vida social. En sus tres versiones se trata de la producción de una “historia cargada de mito“ (como en el caso de Bolívar). Es precisamente esta carga mítica la que permite su desdoblamiento en múltiples personajes, según las necesidades propias del creyente.
José Gregorio Hernández, en su dimensión múltiple: uno y tres, médico para los unos, venerable o espíritu tutelar para los otros, parece encarnar más que otras figuras míticas sentidos anhelos de los venezolanos. Tal vez, por lo menos entre nosotros, el mito de la ciencia se funde de manera original con el mito del milagro, produciendo nuevos sentidos y abriendo el camino hacia otro mundo que nos espera.
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